Hace años que Vox se ha afianzado como fuerza política, principalmente porque su existencia no ha supuesto ningún problema para nadie. Su ideología de ultraderecha, abiertamente racista, machista y xenófoba, «nostálgicamente» neofranquista, se ha impuesto con la soberbia heredada del 39, envuelta en simbología nacional, expresada en forma de ofensa anti-izquierdas y con proyección salvapatrias. No ha habido ningún tipo de cuestionamiento moral en los grandes medios de comunicación, que le han ofrecido el mismo espacio que a cualquier otro partido político y que, es más, en ocasiones le han aplicado un barniz fuertemente atractivo. Finalmente, Vox se ha legitimado a través de las urnas porque el espectro de la derecha tradicional lo ha propiciado, adoptando un discurso similar por pragmatismo electoral al ver una parte de sus votos escaparse con la escisión ultra.
Por otro lado no hay que olvidar que el fundador del PP (antes AP), Manuel Fraga, era ministro de Franco. Este pequeño detalle nos demuestra que la memoria histórica sirve, entre otras cosas, para explicar por qué se ha normalizado alegremente la barbarie, por qué la derecha se cree en posesión de la única verdad y de la única idea de España posible, y por qué la izquierda sigue acomplejada como si viviera de prestado, bombardeada por unas élites económicas atrincheradas detrás de muchos de los grandes medios de comunicación.
La irrupción de Vox, retroalimentó a la derecha tradicional que desperezó su genética entumecida, y desacomplejó al cafrerío a nivel de calle mientras el gobierno progresista reforzaba la protección de las mujeres, al colectivo LGTBI, a los trabajadores y a los pensionistas. La derecha se convirtió en abanderada revisionista de todos los avances sociales adquiridos, sin perder de su vocabulario las palabras «moderación» y «centro-derecha» en la elocución pastosa de un Feijóo, que traía en la mochila a las amistades peligrosas.
El cóctel de contradicciones, actividades ilícitas, mentiras que han estallado en la cara del lider del PP, no han sido suficientes para frenar contundentemente al Partido Popular en las urnas. Tampoco fue definitiva la soberbia de su líder al no querer asistir al debate de la televisión pública. De su experiencia en Galicia Feijóo también traía la certeza de que no es necesario un gran espíritu democrático para gobernar y que la opinión pública se esculpe día a día a través del control de toda la información y una gestión « personalizada » de las instituciones.
El problema es que en 2023 todavía no se ha normalizado la ideología progresista como legítima, y no solo porque la derecha se haya encargado de repetirlo sin fundamento y sin descanso. La izquierda española, desertada por líderes históricos, ha entrado en una grave crisis de identidad dando bandazos como si en la práctica la derecha fuera la única posibilidad en la mente de los electores, y así acepta lo inaceptable, como no toserle a una monarquía corrupta, o poner en su gobierno a ministros con ideología y comportamientos opuestos a la ideología que representan.
Lo que ha pasado factura al gobierno progresista no ha sido la ley del Solo sí es sí sino el no haber sabido explicarla. Entrar en el juego del PP sin recurrir a un análisis independiente y objetivo, aterrorizado por el qué dirán de los medios y la ciudadanía, llevó al propio presidente a asumir el llamado « error » en primera persona y remando con la derecha contra su propia ministra de igualdad.
Es un error avergonzarse del apoyo de EH Bildu, partido que ha condenado la violencia de ETA, como si lo normal fuera pactar con nostalgicos del genocida y que se presente a unas elecciones el partido más corrupto de Europa cuyo líder está tan relajado con un narcotraficante en un barco que ni siquiera le preocupa que le hagan fotos.
No fue un error en el debate a 3 de TVE no contestar a Abascal a la pregunta de «¿qué es una mujer?». La pregunta trampa, que pretendía señalar los efectos perniciosos de la ley trans y la ley de violencia de género, utilizó la excepción para atacar la política gubernamental del mismo modo que cuando una mujer ejerce la violencia contra el hombre los de Abascal lo cantan como el gordo de la lotería.
¿Por qué en esta campaña electoral se ha hablado poco o nada del secuestro del poder judicial durante 4 años por parte del PP? ¿Por qué a nadie le chirría que la derecha española que se autodenomina « constitucionalista » no condene el franquismo ? Porque la ideología de izquierdas juega en defensa, sintiéndose obligada a probar su legitimidad a cada instante. Le tiemblan demasiado las piernas ante los poderes fácticos y solo existe un Zapatero capaz de ir por los platós y los mítines poniendo los puntos sobre las íes. Habría que retener una frase de Oskar Matute el 14 de julio en la Ser : « Al final ser timorato o pacato con los grandes poderes no te hace ganártelos, lo que hace es desilusionar a cierta parte de tu electorado […]»
En pleno siglo XXI, llegó el momento de normalizar la opción progresista como legítima si esta quiere basar sus resultados electorales en otra cosa que no sea el miedo a la ultraderecha. Y esta normalización de la izquierda depende exclusivamente de sí misma.
Covadonga Suárez
La izquierda española, desertada por líderes históricos, ha entrado en una grave crisis de identidad dando bandazos como si en la práctica la derecha fuera la única posibilidad en la mente de los electores. Share on X
Sentando catedra.
Sólo dándole unas vueltas a lo que tenemos delante y no vemos.