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Y bailaré sobre tu tumba


« Bailaré sobre tu tumba » fue en los 80 una insólita canción de Siniestro Total, en la que el cantante explicaba a su futura víctima los delirantes métodos con los que contaba cargársela. Aquel arrebato punk, estrambótico y festivo desembocaba en el coreado estribillo « y bailaré sobre tu tumba » hipérbole revanchista que parecía sacada de una película de cine negro. Hoy, entonar el título de aquella canción gamberra que desgranaba letanías improbables, puede dejar una sonrisa helada si se hace con un periódico en las manos. Porque en 2025 bailar sobre las tumbas ya no es una ficción o un decir, es el happy end del nuevo orden mundial.

Recién llegada a Alemania la derecha más extrema de los últimos tiempos con la ultraderecha más radical pisándole los talones, un ciudadano con un mínimo de memoria histórica se encontraría con un dilema mental : no saber si los desastres del siglo XX sucedieron realmente, o si es el presente el que no está realmente sucediendo. Pero esa duda parece ya invadir muchos cerebros votantes antes de dirigirse a las urnas, envalentonados y febriles, como muchos de sus líderes, cuando la desinformación ya lleva un buen trecho enhebrada en nuestras sociedades.

Cierto es lo de Alemania como lo es el nuevo estado de Israel, o mejor dicho, su gobierno, que ya se ha encargado de darle la vuelta a la tortilla del siglo XX en un espectacular vuelco histórico de la situación. Desde la II Guerra Mundial no se había visto una devastación de esta amplitud: según la ONU el 90% de los edificios de Gaza han quedado dañados o destrozados, eso sin contar los 48000 palestinos muertos, cuya exterminación Netanyahu está deseando retomar. El intercambio de rehenes para el presidente israelí es algo así como cambiar cromos en el recreo, el final del alto el fuego pende de un hilo que tiene en una mano mientras, con la otra, sigue ordenando los ataques a Cisjordania.

El plan debe completarse -también lo dijo Aznar- para que sea posible ese baile de graduación al que ha prometido llevarle Trump. Como puede verse en el despreciable vídeo publicado en la cuenta de instagram del presidente americano, sus imágenes vaticinan que ese día beberá ambos presidentes beberán cócteles en la playa, entre el mar y el despliegue inmobiliario, y que lloverán billetes sobre la coronada cabeza del todopoderoso Elon Musk y la New Riviera. En definitiva, que Trump bailará la danza del vientre sobre las tumbas de miles de niños gazatíes, y ya nadie se sonrojará por nada.

Es cierto que con ese panorama y la Europa que nos está quedando, a punto de que abran el baile en Ucrania Putin y Trump, España puede parecer «un faro progresista en tiempos oscuros», como reza el título de una reciente editorial del periódico británico « The guardian », pero aquí también tenemos lo nuestro, y bien desacomplejado.

Por un lado está la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que sigue calificando de « torticera » y « políticamente interesada » toda pregunta que se le haga sobre los 7291 muertos de las residencias, víctimas principalmente de los protocolos que les impidieron ser trasladados a los hospitales durante la pandemia. Y por otro lado, tenemos a Mazón, presidente de la Comunidad Valenciana, que sigue cambiando la versión de lo que hizo y cuándo lo hizo, el fatídico día en que murieron 224 personas ahogadas por la DANA, con la intención de escurrir el bulto con rumbo indefinido según por dónde le vengan las acusaciones.

En España no hubo baile, por supuesto, en primer lugar porque el horror nunca formó parte de un plan sino de una incompetencia inmoral, y en segundo lugar porque las víctimas no eran extranjeras y los votantes tampoco lo son. Aquí lo que hubo fue el aplaudímetro medidor de los intereses creados, que ya fue bastante vergonzoso.

Porque no olvidemos que en el nuevo orden gana el más fuerte y el que tiene los amigos más poderosos. Esa libertad para agarrarlo todo a dos manos viene con un verbo tan explícito como lo son los discursos del argentino Milei, el que quiere despertar leones y se lleva por ello la medalla internacional de la comunidad de Madrid de las manos de su presidenta.

Y a quien los crea, le dirán que ya puede darse con un canto en los dientes.

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