Sería a finales de los 70 o principios de los 80. Cuando mi tío Alfonso se subió al coche de mi padre con dos casetes al lado de aquella gasolinera todos sonreímos divertidos. Los viajes de la época duraban mucho y los recursos de entretenimiento pasaban por la autorradio sí o sí, pero además sonreímos por la selección musical : uno era “Temas de siempre” y otro “Grandes éxitos de Manolo Escobar”. Yo aún no conocía el valor de las cosas, o, mejor dicho, el valor escondido de las cosas. Yo prefería que mi padre pusiera aquel recopilatorio del momento que pernoctaba en la guantera y donde dormían Rod Stewart, los Jackson, Donna Summer,… Pero aquel día nació, por un lado, mi pasión por los boleros y, por otro, descubrí -para extrañarlo hoy- a Manolo Escobar. Puedo jurar que nunca dije a mis amigas de colegio que en el coche de mi padre se escuchaba a Manolo Escobar, era el símbolo prekitsch de todo lo que en aquella época se pretendía olvidar, era la antitransgresión, era sencillamente impensable. En dos o tres viajes de fin de semana me aprendí todos las letras y, aunque no hacía más que tararearlas por lo bajo, es el día de hoy en que me las sigo sabiendo todas. Aquellas cintas se perdieron, se chamuscaron, se salieron de madre o se tiraron para ser sustituidas por los Pecos o Epic 5, pero mi cerebro me dice cosas que no me dejan dormir y una de ellas es que Manolo Escobar tenía razón.
Recapitulemos. La realidad es insoportable. Yo no hago más que ver lazos amarillos que se ponen y se caen, agresiones y no agresiones. Vueltas y más vueltas. Yo, casi prefiero poner a Manolo Escobar para saber dónde me encuentro. Y esto no es un chiste, es sólo tomarse una pequeña distancia absolutamente necesaria, la misma que me hizo aquel día escuchar el Porompompero sin sonrojarme para dormirme una hora después en el hombro de mi tío.
Empecemos por lo incómodo ¿Por qué no gustaba Manolo Escobar? En aquel tiempo la transgresión era un componente de la Movida y de la Transición. Seguir con Manolo Escobar era como seguir con los tópicos que nos avergonzaban, con la España del pasodoble encerrado en sí mismo, con el pueblo populachero cascabelero que tenía su sede en la representativa Andalucía y que se desperezaba en un cine que le hacía eco. Toda representación artística popular tenía el mismo corte hispanocañí, de identidad marginal en Europa y normalizada en España. Su ingenuidad de barriada humilde hacía daño a los sentidos. En el fondo a todos nos recordaba -incluso a mí, que no lo había conocido sino olido- al promotor de esa España marca registrada, y al aguilucho que la había sobrevolado.
¿Por qué gustaba Manolo Escobar? Porque cantaba al pueblo. Y cantaba para todos.
No hace mucho saltaba en las redes el discurso de Albert Rivera haciéndole competencia desleal a Primo de Rivera, y ese sexto sentido suyo para ver españoles y lazos amarillos hasta cuando no hay luz, en un mundo que se rige por el enfrentamiento territorial. Muchos nos entretuvimos contando las veces que pronunciaba la palabra “España” o “español”, pues bien, Manolo Escobar también lo hacía en abundancia, pero no era su único campo léxico. Sus alusiones al mundo de la clase obrera, campesina, al mundo natural y de los caminos, le hacía identificarse con todo un pueblo -y sin fisuras, ojo-, luego mentaba la guitarra, lo gitano, a Dolores, Lolita, Lola, al patio sevillano, y aseguraba que la reina de las mujeres era la del clavel español. No sólo proclamó “y viva España” a los cuatro vientos -y lo hizo internacional- sino que deletreó punto por punto el orgullo de ser español mencionando “patria”, “bandera”, “escudo”, y “España” en la misma frase sin que nadie lo llamara facha. Debía ser porque cantaba con ánimo aglutinador, sin pretensiones, y para el que quisiera oír. Lo acaba de confirmar la canción “Moderno pero español”, donde decía “pero por favor, el orgullo no me venga a comprar, que yo sé perder antes que ganar”. Por todo eso, sin olvidar su canción-homenaje “A Barcelona” no me lo imaginaría yo arrancando lazos amarillos.
Manolo Escobar tenía razón. No era ni es hoy mi música de cabecera, y sin embargo, -y quizás por ello- desde esa distancia, tenía razón en su idea de España. Aunque mucho me temo que, de haber vivido este tiempo, alguien se la habría apropiado -ya lo están haciendo- para seguir arrancando lazos, e incluso cabelleras.
Covadonga Suárez
Deletreó punto por punto el orgullo de ser español mencionando “patria”, “bandera”, “escudo”, y “España” en la misma frase sin que nadie lo llamara facha. Debía ser porque cantaba con ánimo aglutinador. Share on X
Manolo Escobar, un español incluyente.