Vivimos en un mundo sorprendente. Hemos salido de una dictadura, para meternos en una Movida, y hemos pasado por una serie de conquistas sociales para volver a meternos en esa caja de galletas rancias que las abuelas guardaban en las despensas más oscuras del tiempo más gris. Y autoamordazados, por ley, con doble nudo.
Hace unos días hemos dejado atrás la Semana Santa para, en un par de meses, tirarnos de lleno en el Orgullo Gay. Las dos Españas celebran sus fiestas por turnos, no sin polémica por banda y banda. Y así va pasando la vida sin que nadie se extrañe de nada.
No sé por dónde empezar a hablar de este partido de tenis interminable, así que voy a situarme en el inicio del nuevo milenio, una época en la que casi estaba de moda ser homosexual : no había presentador o concursante en la tele que no sacara pluma, como otros hoy sacan pecho. Pasar por retrógrado en aquel entonces era algo que el varón aspirante al éxito social o sexual no se podía permitir. Quedar como un carca en una cena o evento era la horterada máxima, y la garantía segura de no ser invitado en adelante. Esa « antigüedad » costumbrista tenía un tufillo a gueto que relegaba inmediatamente a la España más troglodita a las cuevas del pasado.
El mundo, nuestro mundo, podía haber seguido evolucionando, pero el poso de aquel viril garrulo de a pie, diluido en nuestra modernidad, se acomodó entre los estertores del subsuelo y aprendió a cerrar la boca aturdido por la primavera. La remontada fue paulatina, alimentada desde las élites por oportunismos electorales y discursos nostálgicos de una clase política escorada a la derecha, y esponsorizada en último término por un rey de bastos sobre papel couché que un día se levantó con Cataluña en el entrecejo.
Pero el efecto mariposa más impactante fue aquel que resonó en todas las cloacas del reino : el resultante de aquellos ascos que Pedro Sánchez le hizo a Podemos a la hora de no formar gobierno, el ahora no y ahora sí que permitió a Vox meterse hasta la cocina en el Congreso de los Diputados. La apología de la barbarie legitimada por las urnas hizo que los ultras saliesen del armario y se montasen su propio Orgullo Varón Dandy todos los días del Señor, en la calle, en las redes, en los medios de comunicación,… Porque, los más jóvenes quizás no lo sepan, pero hubo un tiempo en que ser ultraderechista era vergonzoso y la libertad era lo contrario de lo que promulgan hoy Díaz Ayuso y sus ambiguas mascotas.
Pero acabamos de salir de la Semana Santa, y no conviene mezclarlo todo, a pesar de que la derecha española, además de haberse apropiado de la bandera, de la idea de patria, y de la idea de español de bien, haya reducido la espiritualidad a un ejercicio ancestral de catolicismo con filtro. Es decir, adaptándolo a sus prácticas, con una lectura más que heterodoxa del mensaje central -aquel del amor al prójimo- cuando ha hecho falta, es decir, cuando el prójimo no era un hombre, blanco, rico y heterosexual.
La espiritualidad, un plano inherente al ser humano, consciente de que hay algo en la existencia que nos desborda, no se identifica necesariamente con las estructuras que pretenden ejercer un control a través de la supervisión de los fieles, desde el socorro al desvalido hasta el tráfico de almas a gran escala, con el fin de vertebrar su influencia y su poder político. La prueba es que a menudo los textos llamados sagrados sirven de inspiración para oprimir al débil y al diferente, a la mujer, a la infancia, a los pueblos, ya sean los gobiernos con sus restricciones, los países con sus guerras y atentados, o simplemente los individuos con sus perversiones. La historia, también la reciente, está plagada de ejemplos.
Las pruebas de esta gran mentira universal se encuentran en el texto mismo : Jesús de Nazaret hablaba con prostitutas, se relacionaba con marginales, era amigo de pobres y defensor de los oprimidos. La armó gorda a las puertas del templo porque los comerciantes utilizaban el lugar de culto para sacar dinero. Así que mucho me temo que si la Biblia se hubiese escrito 2000 años después, Jesús hubiese desfilado vestido de reina el día del Orgullo LGTBI. Y, por supuesto, lo habrían crucificado por comunista.
Covadonga Suárez
"Los más jóvenes quizás no lo sepan, pero hubo un tiempo en que ser ultraderechista era vergonzoso y la libertad era lo contrario de lo que promulgan hoy Díaz Ayuso y sus ambiguas mascotas." Share on X