Todo empezó con Cifu, ¿os acordáis? La Cifuentes, la antes rubia que cobarde. La del feminismo a la sombra del hombre que dispone mientras la mujer pone los ojos en blanco. Lo bueno de Cifuentes es que, mentirijillas, masters y cremas a parte, no se ponía etiquetas para existir, todo caía por su propio peso, hasta que cayó con todo el equipo. Pero, ¿quién se atreve a decir hoy eso de que una mujer consigue más haciéndose la tonta ? Con una frase así podrían haberse hecho camisetas-evento, pero entonces todavía estábamos lejos del triatlón como movimiento preferido de la derecha. De aquella Rajoy sudaba la gota gorda en solitario con todo lo que se le venía encima y tenía alrededor, porque de aquella Vox aún no estaba en la foto de familia.
Precisamente Vox nació de una costilla de la antigua derecha, y la antigua derecha y la moderna le hacen hoy la corte al pretender dignificar posturas y posturitas. Ahora, con la oficialización de la política retro, es de obligada modernidad acuñar los vocablos que coloquen la sumisión femenina en un plano de protección patriarcal con un aura de seriedad partidista. De ahí que la derecha avizora ciudadana la haya llamado « feminismo liberal », el de la mujer triunfadora apadrinada por el hombre, no el de la mujer libre, de ahí la perversión del vocablo. El término en sí no es más que otra huella del patriarcado al incluir la permisividad civilizada del que otorga y de la que calla -consensuada por ambas partes-, que sirve en el marco político, por ejemplo, para que un hombre se presente como alguien impecable mientras expone su deseo de recortar los derechos de las mujeres, o de ponerlos en stand-by en el mejor de los casos.
En otra latitud, el macho alfa vapuleado de las últimas décadas, despojado de su enérgico arrojo por las exigencias de la insumisa, se ha propuesto alzar la Vox para existir. Y de ahí que el machito de a pie haya empezado a hacerse preguntas. Alguno permanecía callado, porque ser machorro estaba mal visto, era retrógrado, selvático, tribal y antieuropeo, pero ahora incluso tiene legitimidad democrática. Por eso hasta el más pusilánime ha hinchado de orgullo la camisa, se ha desplegado como un mueble noruego y ha reivindicado la grandeza inherente a sus atributos como si se tratara de una joya antigua digna de estar en la lámpara de Aladino, decorando el salón de los deseos de cualquier hembra perfectamente constituida. Ese tipo de hombre, voluble, desmontable, reeducable, manipulable, es el machoide retráctil. Y también existe en formato elitista. El sufijo « -oide » denotaría « parecido a » o « en forma de », alentado e inflado en su protagonismo por la feminista liberal y su purpurina ganadora de mujer satisfecha, complacida y agradecida que tanto gusta y reconforta a algunos hombres.
Obviamente el machoide retráctil no aparecerá como tal en ningún rótulo, e incluso puede mostrarse prudente y discreto, pero se hará notar en la calle, en reuniones variadas, en cenas, y muy probablemente lo haga con la mano de una mujer apoyada en su hombro.
El 8M ha sido un éxito feminista pero ante todo social, porque lo ha sido de espaldas a las actitudes que vendían la complicidad de un fotogénico proyecto unisex, el proyecto liberal y retráctil, cuyo objetivo tácito común es un lugar soleado en la sociedad, en la familia o en el electorado, mano a mano, pero cada uno en su sitio.
Covadonga Suárez
Excelente artículo. Me gusta la forma en que afrontas los asuntos de actualidad. Redactas con un prolifico léxico y una perfecta armonía.
Mil gracias, Jorge.
Mil grazas a ti, Cova.
😊