El PP, como el PSOE, es una historia de mutaciones y supervivencia. El superviviente basa su evolución en un márketing electoral que condiciona la hoja de ruta y el pulso del partido. Esta actitud se hace aún más patente si el partido está en la oposición, y es aún más marcada en el caso del PP, donde la preocupación de sus votantes -quedó demostrado hace bien poco a las puertas de Génova- no se focaliza en la corrupción. El PP lo sabe y ya no disimula, porque al final no es lo que importa a la hora de hacer el recuento en las urnas.
Sin embargo, el pasado domingo Feijóo aseguraba en una entrevista que el votante del PP era exigente. Por supuesto, de esta forma no sólo adulaba a la masa susceptible de votarle, sino que introducía el concepto de regeneración en la conciencia del elector, y señalizaba el camino que se disponía a tomar, como si trajera con él la ética y el raciocinio.
Feijóo llegó dando consejos, hablando bien de todos, y esperando turno. Cierto es que, para salvar al PP de sí mismo, no podía llegar repartiendo cornadas. El, el elegido sin enfrentamiento, por exterminio ajeno, debía ser templanza y sabiduría para instalar el decorado desmontable de su proyecto de PP sólido. Feijóo dice que quiere dejar atrás las frivolidades, es decir, ser un modelo de moderación frente a amazonas sanguinarias, muñecos diabólicos o machos retro-alfa. El modelo opuesto por defecto, frente al exceso. Ya no vale malo conocido -Bea Fanjul deberá reprogramar el GPS-, han estado a punto de cargarse la boutique victimas de su propia adrenalina. Recordemos, en plena debacle del PP, el día en que Almeida se declaró alcalde por los cuatro costados para salvar el pellejo, o la noche en que Egea corrió a la tele porque se le había roto el frenillo de escupir para arriba. Un desfile de pollos sin cabeza espoleados por la prensa « amiga ». En la Junta Nacional del PP, Ayuso, lejos de aquella Dolorosa del pueblo que dio la vuelta a «El Mundo», se erigió en Virgen de las pistolas y bajó el pulgar pidiendo la cabeza de sus enemigos en bandeja de plata.
Pero Núñez Feijóo ha venido a calmar el juego y a leer la cartilla al rebaño hiperactivo cual filósofo griego, con una ponderación que a sus fans pone la piel de gallina. «Hay veces que la familia discute, y no significa que no sigas queriendo a tus hermanos», ha declarado. Cierto, todos lo hemos visto, se apuñalan con afecto de verdad, con amor del bueno. Y luego a otra cosa mariposa. Porque él es el elegido para poner orden y pasar la bayeta, lejos de la Galicia que lo vio nacer, crecer y relacionarse peligrosamente. Y aún más, este hombre sensible, lejos del brabucón o pasado de revoluciones de la derecha reciente, llora si hace falta, tierno como un solomillo, al anunciar que se va de Galicia, o muestra su corazoncito apenado por un rey emérito en el autodestierro porque «un país que se precie, los temas debe resolverlos dentro y no extrapolar los problemas internos». Qué sensación de haber oído esto en otra parte.
Algo es seguro, el próximo apuñalamiento será entre bastidores. La pregunta es : ¿Le dejará el PP más humeante recorrer tranquilo el camino de los iluminados en estos tiempos tan ultras ? Sí, mientras haya resultados. No es nada extraño un cambio de imagen para un partido que fundó el mismo Manuel Fraga, es incluso necesario. También Aznar fue corderito antes que lobo, cuando González era el rey del terciopelo.
Si al final el electorado siempre tiene razón. Y nosotros seguimos sin enterarnos.
Feijóo, el elegido sin enfrentamiento, por exterminio ajeno, debía ser templanza y sabiduría para instalar el decorado desmontable de su proyecto de PP sólido. Share on XCovadonga Suárez