La vida es una tómbola. Y esto no es nuevo, pero Pablo Casado ha dado el salto de denunciante a complaciente denunciado. Ha probado el elixir destinado a los que denuncian y salen trasquilados, porque en esta tierra resulta más caro subrayar la inmoralidad que cometerla. Y eso a él se le había escapado. El, que era el elegido.
Pues bien, esta semana hemos llegado a una evidencia más sonora. No nos atrevíamos a creérnoslo, pero es que nuestra educación sentimental ha superado aquello de que todo el mundo es bueno, o de que todo el que es malo lo es porque no ha tenido suerte en la vida. Sabemos que la inmoralidad existe. Lo que no sabíamos era que la corrupción, que estaba a la vuelta de la esquina, tomaba el sol en el ático.
Ahora tenemos la certeza -nos ha saltado a la cara sin reparos- de que la vergüenza es un atraso. Hubo una época en la que incluso había mala conciencia por votar a ciertos partidos. Pero ahora no solo se grita el voto ultra por las callles, sino que se coleguea con la policía, se pintan banderas sobre pinturas rupestres de hace 6000 años para explayar la ignorancia sobre la historia como un cáncer amenaza el futuro.
Hubo un tiempo en que la derecha tenía las armas y la izquierda su verdad. Hoy, el de izquierdas se pone de cara a la pared y se da con la frente en el muro de escayola, mientras que el de derechas sale a la calle a reivindicar una supremacía que tiene que volver para quedarse. Y este convencimiento profundo empodera toda iniciativa.
La desvergüenza es otra cosa, pero está en relación directa con este fenómeno de legitimidad introspectiva, que es como un líquido amniótico para la derecha española. La crísis del PP, que hemos vivido con una intensidad inusitada en el espacio de tres días, ha extendido como un manto primaveral el derecho a la inmoralidad. Ha quedado claro que el clan Casado denuncia para hundir al enemigo, no para señalar la falta -una vez no es costumbre-, y es evidente que el desacomplejado reconocimiento de dicha falta por parte de Ayuso, la ha convertido inmediatamente en portadora de una verdad más profunda : el desparpajo de decidir cuál es esa libertad con la que se le llenaba la boca antes de las elecciones municipales. Lo que no nos esperábamos eran los fans agolpados en la calle Génova pidiendo la cabeza de Casado para salvar a Diana Cazadora. El pueblo se ha manifestado por el derecho a tenerlos cuadrados y mirar hacia adelante. Los escrúpulos de Casado les han parecido dignos de un comunista.
Llegamos al punto en que debemos pararnos a pensar, sin análisis de conciencia partidista, cuál es el secreto de este éxito enfangado. No vale decir que la derecha se aprovecha de la ignorancia del pueblo, no. Este pueblo no es ignorante. Ni idealizar ni arrastrar por el barro servirá para comprender que estamos ante una nueva evidencia. Los que hunden con su griterío la opción digna que podría ser una derecha europea en España tienen todo el derecho a no ser considerados una pandilla de idiotas. El que sienta la necesidad de defender la corrupción, cuando uno de «la familia» se quiere cargar a otra por chanchullera- es seguramente porque se siente identificado con el proceder de la lideresa, porque bienaventurada ella que ha podido echar mano a los recursos públicos para llenarle los bolsillos a su hermano de sangre.
Nada ha cambiado, solo que ahora la posibilidad de manifestarse para defender lo indefendible se hace con toda serenidad y tolerancia.
La corrupción es, en la mente del votante que estaba hoy a las puertas de la sede del PP, una atmófera, un clima, una ocasión propicia. Un derecho contextual. Hasta Casado se ha dado cuenta dos días después.
Sabemos que la inmoralidad existe. Lo que no sabíamos era que la corrupción, que estaba a la vuelta de la esquina, tomaba el sol en el ático. Share on XCovadonga Suárez
Después de negar la corrupción una y mil veces mientras se seguía corrupto y corruptor, intentó acusar de corromper, inconsciente de que habían normalizado la corrupción y la mafia del compadreo y no la ética o la justicia.