Cada vez exige un esfuerzo mayor pensar que Juan Carlos I pasará a la historia como el rey héroe que trajo la democracia a España, que lideró una transición ejemplar y que abortó un golpe de estado. Una vida se escribe hasta el último renglón, el discurrir de la historia da perspectiva a los hechos, y el mundo de la información en que vivimos está arrojando luz ininterrumpidamente sobre las acciones pasadas y presentes. Todo ello hace que los tres grandes logros que se le han atribuido al rey emérito sean cuando menos cuestionables por una realidad histórica cada vez más poblada de detalles que el mundo de la comunicación ni puede ni se esfuerza en contener. Lo contrario se resume en la exclamación « ¡Viva el rey! » que, lejos de ser un chiste, es el parapeto de los que desean monarquía a cualquier precio. La pregunta sería : ¿por qué a cualquier precio ? Y la respuesta no sería otra cosa que « ¡Viva el rey! », como aquel día en que Pablo Casado lo dijo una y otra vez hasta que se hizo de noche.
Nadie es imprescindible y menos aún un rey que no gobierna, pero sobre todo no lo es por su condición de mortal. Estamos lejos de la divinidad atribuida a su persona, que lo convertía en un semidiós. El barro del que está hecho ha sido puesto en evidencia por una exposición mediática acorde con los tiempos. Sin embargo, eso no amedrenta la vanidad gratuita del hombre rey, que no tiene por qué ser ejemplar para reinar, ni mucho menos tiene que serlo su familia, de ahí que ninguno se haya empeñado en brillar por sus logros personales o profesionales, o por su aportación a la sociedad fuera de su estatus de sangre.
Si algo viniera a poner en entredicho la honorabilidad del monarca, que se da por supuesta de cuna, su inviolabilidad haría el resto. Y para cimentar la mezcla en la que se inserta su privilegio, nada más eficaz que haber incluido a la monarquía en una constitución blindada por una redacción a presión. Es algo que los « vivareyistas » agitan sin parar para defender el modelo de estado, la Constitución, las instituciones, y todo lo que se quiera arrastrar con él, como si la figura de un rey fuera el pegamento de un país y no cupiera la posibilidad de que en los tiempos que corren jugara un papel exactamente opuesto.
No se trata de afirmar nada, sólo de hacernos algunas preguntas, por ejemplo, ¿por qué el presidente Sánchez pretende separar a la persona de la institución cuando en España lo que ha cuajado ha sido el juancarlismo y no la monarquía? Resulta tan contradictorio como cuando la casa real pretende separar lo público de lo privado en una institución dedicada a vehicular su imagen para alimentar el símbolo. Y si no ¿por qué PP, PSOE y VOX frenan cualquier investigación sobre el emérito? ¿Por qué protegen a Felipe VI de las salpicaduras de su padre, como si dicha paternidad fuera un mero accidente, hasta tal punto que la Moncloa trabaja en el discurso de Navidad?
Saben que la imagen es el símbolo. Y que la imagen la decide el pueblo. Por eso no hace mucho Sánchez se retrataba vanagloriando la transparencia de un rey moderno, casi evolutivo. Y eso que el cristalino Felipe VI sólo sale a la palestra en contadísimas ocasiones, pasa de largo ante los escándalos de su padre, no defiende la unidad del reino ni la democracia frente a exmandos militares con ansias asesinas y golpistas, y no da una imagen de protector de sus súbditos con sus discursos preparados sino de protegido, por el sistema, por el gobierno, por los partidos, por la Constitución y por la prensa de papel.
Lo único seguro es que la sangre no sólo sirve para heredar el trono, y que por eso el rey emérito no volverá a casa por Navidad a pesar de que ese era su deseo real.
No sé si somos conscientes del momento histórico que estamos viviendo pero, siguiendo la estela de los últimos Borbones, el destino del emérito es por el momento el exilio. Un exilio obligado aunque no forzado, y ello porque no es bien recibido. Ni es oportuno, ni conveniente, ni ejemplar.
A veces esto casi parece una democracia europea.
Covadonga Suárez
¿Por qué protegen a Felipe VI de las salpicaduras de su padre, como si dicha paternidad fuera un mero accidente? Share on X