El politicoin está en todas las mentes, intangible como una moneda virtual y real como la urna misma. Esta vez la presión está al límite, y la abstención no se contempla como posibilidad electoral : la nueva moneda ha sido creada para llevarnos hasta los colegios por encima de jaquecas, desengaños, o domingos pascuales. El politicoin, de un valor incalculable para la clase política, acompaña cada transacción entre ésta y el pueblo, calienta la olla express, le pone nombre a las cosas y cifras al recuento final.
Si entendemos su existencia como un valor en alza, el politicoin se estaría cotizando como nunca : cada mentira, cada manifestación pre-golpe de estado, cada diez minutos en Waterloo supone un politicoin que si no se va para un lado se va para otro. Da igual el ridículo, la falta de escrúpulos, la cara dura de cemento armado, el politicoin se mueve a una velocidad pasmosa, es nervioso como el gatillo de Jesse James, y puede acabar en cualquier bolsillo. Por eso hay tanto líder preparado para tirarse a la piscina vestido de etiqueta.
Es así, hasta los baronsaurios han perdido la vergüenza y arrimado la sardina -lo contrario no es posible- al ascua del politicoin, invocando a los dioses más paganos, esos que piden tributos y sacrificios. Ellos, los forradísimos expresidentes sacan el nuevo pelaje cada vez que programan la excursión de turno al suelo patrio desde sus residencias de eterno verano. Me viene a la mente otra vez aquella exhibición memorable en torno a la Constitución que tuvo lugar en el mes de septiembre : el mano a mano de los opuestos Aznar y González tan atraídos mutuamente hoy en día. La euforia del conpincheo constitucional hizo que Aznar pusiera a la directora de El País (moderadora de la charla) en el brete de chocarle las cinco en directo -literalmente-, como si no sólo la calle fuera suya, sino también los periódicos, y el legado de esa transición que nunca fue transitoria. Todo nos pertenece, parecía decir, como un joven heredero. Y es que está en todos los corrillos que el politicoin gana guerras como el Cid, y como el aún no exhumado y más que nunca reencarnado dictador.
La bulimia se desata en una buena parte de la clase política. Lleva tiempo desatada. Los azuzadores viven de ello, son inversores sin piedad y no quieren soltar lastre. Han anticatalanizado el imperio, porque es rentable, y van a recoger el jackpot. Han custodiado una acusación surrealista que ha colado. Ahora la demonización ya madura no permitiría una vuelta atrás, aunque quisieran, aunque saben que Europa está mirando, y que en aquel suelo no prende esta aversión. Pero ya decía alguien que España es la reserva espiritual de Occidente, por todo eso, la kamikazería ultra está corriendo el tapete tan hacia la derecha que la izquierda se ha puesto a silbar de pura ansiedad. Mientras el resto ya está en precampaña quemando catalanes y feministas Podemos se ha quedado casi mudo, casi solo, no le ha salido competencia para jugársela y ver quien es más de izquierdas, ni siquiera para aliarse, porque el PSOE es más de describir elipses. ¿Para qué arriesgarse entonces ? La pregunta hace que le salgan más disidentes que contrincantes.
El vacío por ese lado está forjando un desequilibrio de fuerzas que bien podría desplazar placas tectónicas y crear la sorpresa, pero de momento la única iniciativa canjeable es la de la derecha agitando la bandera para que el pueblo eche espuma por la boca. Por lo demás no se mueve una paja democrática, y menos ahora que el rey -ese ser neutral que recupera el habla en los grandes momentos- defiende soberanamente la ley y el orden. La verdad es que no necesita defender nada más mientras los politicoins sigan pagando las consumiciones al sistema. Eso lo saben hasta en Suiza.
Y mientras tanto la democracia, y la campaña que se anuncia son ciclotímicas y tienen el nivel de la histeria -y de la historia- colectiva.
Covadonga Suárez
Excelente análisis de la actual situación. No tenemos remedio.
Muchas gracias, Jorge.