En tiempos de semiconfinamiento, desapacibles, monocordes, la incertidumbre generadora de impaciencia, la escasa fe en gobernantes comerciales de su branding, crea un desasosiego general representado teatralmente por toda clase de epidemiólogos de barra, y negacionistas de vestuario. Pero sobre todo penetra silenciosamente a través de la ventana que oprime el interior de cada casa. La atmósfera asfixiante que respiramos en la mascarilla es el clima de nuestra estancia principal que, como una nave espacial, sólo abandonamos cuando las necesidades lo requieren, donde convivimos afinando un nuevo tipo de soledad y de compañía, y que nos lleva a la deriva hasta nueva orden sin movernos del sitio.
En estas circunstancias no es aconsejable visionar una película como «Joker». Y sin embargo…
Para explicar el porqué, y como ya ha sido estrenada hace meses, voy a ir directamente al grano. Quizás por no estar lo suficientemente fuertes psicológicamente, sea interesante descubrirla ahora, porque en las circunstancias actuales de desorientación consciente lo más perturbador puede encajar en nuestras mentes como el zapato de Cenicienta.
Por momentos pueden sentirse los mismos síntomas de asfixia que frente a «Requiem por un sueño», presenciando la caída de la candidez en la oscuridad a cámara lenta. Asistimos a cada etapa de la fatalidad que no es sólo culpa o destino sino algo más inaprehensible semejante a una cadena de acontecimientos enlazados en el inofensivo deslizar de la vida, como un trineo en suave descenso por una colina nevada. El problema central de las drogas y su devastación no aparecen en «Joker» más que bajo la forma de psicofármacos. Sin embargo, sí que asistimos a delirios -aquí producto de enfermedades mentales- e igualmente a la influencia nociva de la televisión como una droga en sí misma, una forma de dependencia psíquica y una fuente de desequilibrio cognitivo, enmarcada en la estructura familiar madre-hijo de un hogar modesto y marginal.
Joaquin Phoenix interpreta a un ser hundido por su hándicap, su miseria social, su incapacidad para ser aceptado personal y profesionalmente en una sociedad cruel y bestial dominada por el dinero y la violencia. Su risa fuera de lugar, que se desata en momentos de tensión, y su rostro maquillado distorsionan su ansiada candidez tras unas facciones marcadas, un cuerpo animalizado por un envoltorio fibroso y huesudo, y un look rancio.
Vive en su soledad, en el rechazo y en su mente. La injusticia y falta de solidaridad que lo margina desde el principio incomoda al espectador tanto como la turbiedad de su presencia. Despierta en nosotros el rechazo y la empatía a partes iguales. El asesinato de los tres hombres en el metro no cambia apenas nuestra percepción del personaje, incluso tras el espanto de otras muertes mucho más premeditadas subyacen las raíces del sufrimiento moral de una mente perturbada y un cuerpo maltratado.
La televisión, ese monstruo que promete sin promesas, que absorbe almas y anida en las cabezas de millones de personas, que dice quiénes son los buenos y quiénes son los malos es el motivo de una escena violenta y liberadora en directo, con Joker disparando a quemarropa al presentador líder tras un intercambio verbal tenso, auténtico y por momentos divertido.
El movimiento social vandálico nacido de la injusticia y la frustración de masas encumbra al paria psicópata.
Arthur, que bascula entre un dentro-fuera permanente : el de su cabeza, el de la sociedad, el de su hogar, alcanza la máxima lucidez y belleza cuando toma al fin las riendas de su vida, cuando de repente, aparece el color y la arquitectura en una ciudad donde reinaba la suciedad y los transportes en común.
Al final, el loco aparece estructurado por una lógica aplastante, y molesta para el espectador, que se siente liberado al ver a la crisálida negra contemplarse fascinada ante el espejo, casi como si su evolución fuese el resultado de una especie de justicia poética.
Perturbador. Y sin embargo…
Covadonga Suárez
En las circunstancias actuales de desorientación consciente, lo más perturbador puede encajar en nuestras mentes como el zapato de Cenicienta. Share on X