La mascarilla se ha normalizado incluso en aquellos países que se resistían hasta hoy. Sin embargo, la rebelión de costumbres nunca estuvo tan a la orden del día : proliferan reuniones salivares, botellones o, sencillamente paseos olvidadizos de la prenda imprescindible. Suben el volumen los detractores, y en un momento en que los contagios se extienden como la marea, un escepticismo ante los medios individuales para contener al bicho prima en forma de carpe diem veraniego. Se está perdiendo la fe y la paciencia, porque la eficacia final del preservativo del 2020 muchas veces depende del prójimo. Por ello, está punto de anunciarse oficialmente que en estos tiempos inciertos la mascarilla que ofrece el más alto nivel de protección es la del rey. Efectivamente, las primeras pruebas se han llevado a cabo con éxito en la persona del Emérito.
Poco después de declararse los primeros casos de coronavirus en Europa saltaba el escándalo de Juan Carlos I. El virus llegaba a España y empezaba a propagarse. Casi a un tiempo, el 4 de marzo, el periódico suizo « Tribune de Genève » anunciaba a bombo y platillo en su portada que « Juan Carlos escondía 100 millones en Ginebra ». Los periódicos de papel españoles se cerraron en banda para contener la propagación del escándalo, demostrando una vez más que la monarquía como institución es en sí misma un búnker si se aplica el escudo adecuado. España temblaba, los españoles caían como moscas, y Felipe VI se escondía en palacio esperando el mejor momento para decir o no algo.
El 10 de marzo supimos que PP, PSOE y Vox vetaban en España la comisión de investigación de las finanzas del rey. Nada nuevo, no sería la primera vez que se tumbaba cualquier intento de aproximación que pusiera en tela de juicio la divinidad del monarca, llegando hasta donde hiciera falta, desde los monárquicos franquistas a los republicanos de opereta, todos a una para hacer barrera allí donde la inviolabilidad se descompone.
El 14 de marzo supimos por « The Telegraph » que Felipe VI era el segundo beneficiario de la fundación que recibió los 100 millones de Arabia Saudí, y que era el encargado de velar económicamente por el resto de la familia real en caso de heredar la fundación. En aquel momento, el inviolable sucesor hizo malabarismos imposibles para renunciar a una herencia paterna aún inexistente por motivos obvios, y para desvincularse gestualmente de sus inherentes compromisos y vínculos de sangre.
La inviolabilidad es el tercer nivel de protección de esta mascarilla de superhéroe, para que cualquier problema que pueda sobrevenir sea sólo una cuestión de imagen. Dicha mascarilla de diseño constitucional que todos quisiéramos tener crea un malestar social que fomenta la anarquía ante las dificultades, los comportamientos asociales y el no pasar por el aro . ¿Cómo seguir los buenos consejos de un gobierno que tramita a hurtadillas la evasión de un rey ? Según súbditos de pluma e imprenta, hay logros incuestionables que todo lo perdonan. Según el PSOE se juzga (se verá) a las personas y no a las instituciones, pasando por alto que la monarquía y la familia real son lo mismo, por sangre y por herencia, y que su cometido es la representación física de una nación como expresión de dignidad y de ejemplaridad.
Según la Casa Real, no nos incumbe el paradero del amante bandido, fugado por el bien de España. Claro que, a lo mejor, como símbolo que se identifica plenamente con una idea de nación, « por el bien de España », significaría « por el bien del rey ».
A todas luces, la ejemplaridad sigue siendo un concepto que se nos escapa. Pero en realidad, con la conciencia tranquila ¿quién necesita la mascarilla del rey? Personalmente prefiero la estándar pero, sobre todo, una que no me tape los ojos.
Covadonga Suárez
Desde los monárquicos franquistas a los republicanos de opereta, todos a una para hacer barrera allí donde la inviolabilidad se descompone. Share on X
Muy certero, claro y conciso