Se cumple un año desde que sacaran en volandas a la momia más idolatrada de los tiempos modernos, la que se salvó de la condena de los fascismos europeos. Aquella que, como el valle no se tocaba, y menos al abuelo custodiado por la Iglesia, salió por la puerta grande y a hombros de sus descendientes una vez más.
Desplazar el problema, desterrarlo sólo simbólicamente hizo que la Ley de Memoria Histórica a medio gas sonase a alibi en las casas de los grandes. Así, el Ayuntamiento de Madrid borró los versos de Miguel Hernández del cementerio de la Almudena, los nombres de los represaliados del memorial a las víctimas del franquismo, junto con la frase de Julia Conesa (de las Trece Rosas), entre otros textos conmemorativos. Hoy la ultraderecha amenaza con « avisos » al más puro estilo años 30 si no se deroga la Ley de Memoria Histórica, o pide, ya puestos, que se retiren calles a políticos socialistas, para reescribir la historia, como si en el fondo todo se resumiera a una revancha ideológica o a un pique digno de un derbi.
Sí, para algunos se trata en realidad de una ley de memoria selectiva que acaricia y da brillo al formato refundido (rey-constitución-democracia) protector de los cimientos del viejo reino. Pero en la práctica estaríamos ante una Ley de Memoria de Forma, como un colchón de espuma viscoelástica, que permite ausentarse y volver más tarde para alojarse en el mismo hueco disimulado bajo la libertad de movimientos, y que reaparece como por arte de magia de manera natural. Y sin que rechinen las costuras.
Así llegamos a una moción de censura envalentonada, ataviada con las galas de los salvadores históricos para tumbar al gobierno o, en su defecto, para calentar al personal bajo un estatus de heroica víctima repudiada. Acto en el que, aún no se sabe muy bien por qué, Casado retiró la silla a Abascal y este se derrumbó estrepitosamente. Bajo esta emoción sin censura, desacomplejada, desculpabilizada por la legalidad, el arrebato arcaico del patriota místico se quedó en mueca desinflada. La iniciativa, consentida por la propia democracia que tolera el franquismo, podría haberse vuelto contra el sistema, del mismo modo que ha permitido el bloqueo del poder judicial a manos de los que, inexplicablemente, miran ahora con altivez a Vox en el Congreso de los Diputados. Mientras, los hay que creen en la redención y en las casualidades.
Por otro lado, lo cierto es que el vasallaje histórico y estructural del PSOE permite las medias tintas en la reconstrucción de una democracia digna de pertenecer al siglo XXI. No salimos de aquella transición que ya nos encontramos en otra que nos lleva hacia el mito del eterno retorno, una transición invertida que deja al aire las grietas de la estructura, donde los reyes se fugan, el franquismo se airea sin complejos, y la democracia es el medio que justifica el fin. La Ley de Memoria de Forma maneja el sistema y hace que a la larga cualquier perversión tome visos legítimos.
Una España anonadada en su propia particularidad nada en círculos ajena a Europa. Mientras el mundo gira y Chile reniega de una constitución tramitada por un dictador, aquí nos arrodillamos ante una carta magna que incluye en el contrato a los viejos poderes, a un rey hoy prófugo y a su honorable descendencia a perpetuidad. Y que nadie pregunte por qué.
Y así, entre sumisión y propaganda sólo queda esperar el próximo asalto.
Covadonga Suárez
Nos encontramos en una transición invertida que deja al aire las grietas de la estructura, donde los reyes se fugan, el franquismo se airea sin complejos, y la democracia es el medio que justifica el fin. Share on X