Como si en centralita tuvieran la certeza de que la opinión pública funcionase como la epilepsia, nos llega la misma llamada de atención una y otra vez, una llamada a la moderación. El punto de partida es un abanico ideológico que ha desembocado en un pluripartidismo con representación en las Cortes, como sintomático de una posible degeneración social in crescendo. Dicha teoría no pretende entrar en cuestiones políticas o estructurales del sistema, sino apelar a un subjetivo sentido común desde las alturas paternalistas, para que nos soseguemos, pobres criaturas que se han salido de madre.
Sin embargo todo esto huele a viejuno, y se nota porque la sociedad ha cambiado.
Trae recuerdos de la joven democracia que se construyó pretendiendo que todos bailaran con todos, pero para ello había que transformar a la izquierda, hacerla que se tranquilizara. No se podía llegar así, de buenas a primeras en plan natural. España no era Alemania, aquí los del régimen tomaban el café en el bar de la esquina y los militares tenían un cabreo monumental además de armas. Se hizo lo que se pudo, y la modosidad entró en la vida política y social. La llamada izquierda aprendió rápido y los que no se quedaron fuera de juego mutaron genéticamente. La moderación la llevó Felipe González a su máxima expresión, cuando hacía derretirse a la audiencia, acostumbrada como estaba a los vociferantes uniformados. Fraga no pudo con él, y cuando llegó Aznar se hizo el corderito -tiren de hemeroteca y alucinarán- sin llegar nunca a su nivel, hasta que los escándalos políticos acabaron con aquel PSOE. Eran tiempos de cambio y de adaptación. La derecha tuvo que jugar a la democracia, la izquierda convulsionó y, mientras tanto, los nacionalismos hacían su trabajo de fondo.
De aquella derecha intoxicada de paciencia y de aquella izquierda y su trepanación (trepa+nación) nacieron los aspirantes a todo a fuerza de girar como girasoles, con la visagra divina del monarca.
La moderación trae recuerdos también del pasado reciente, de una larga lista de adaptaciones bipartidistas para seguir reinando junto al rey. Sólo que los planes no están saliendo como previsto : los nacionalismos no quieren mutar para existir, la calvicie que dejó el PSOE en la izquierda está ocupada por Unidas Podemos, y en vista de lo visto, la derecha ya no quiere disimular sus raíces franquistas, surgiendo Vox para comerle la tostada a un PP más furibundo que nunca.
Y nos piden moderación desde el Olimpo, como si el bipartidismo fuera la más alta expresión de la democracia, como si no nos conociéramos ya todos de toda la vida. Además a estas alturas el término « moderación » suena a ñoño, ahora lo que se lleva es la equidistancia, una especie de indiferencia taimada y con radar que se pretende neutral sin serlo. La equidistancia se materializa diciendo que los extremos no son buenos. Esto se consigue desplazando la derecha al centro para que los de Vox sólo parezcan hipertensos, y para que Podemos aparezca radicalizado, evitando así que se convierta en una posibilidad legítima. Por otro lado los nacionalismos ya se sabe que son terroristas y tienen el demonio en el cuerpo.
El bipartidismo va de la mano de la equidistancia para que nada cambie, pero no para preservar la concordia y la convivencia ejemplar, sino para preservar el sistema que se repartieron las élites de un tiempo y que se ha mantenido hasta hoy. Sin hacer autocrítica, sin cuestionar la salud de la democracia, de la monarquía o de la justicia, y sin preguntarse dónde está realmente el peligro.
Por eso, querido ciudadano, cuando le pidan moderación, o alguien más atrevido le diga directamente que hay que votar bien, como diría el Nobel, usted sonría. Y si es creyente, rece.
Covadonga Suárez
El bipartidismo va de la mano de la equidistancia para que nada cambie, pero no para preservar la concordia y la convivencia ejemplar, sino para preservar el sistema que se repartieron las élites de un tiempo. Share on X