Ser mujer preocupa a propios y ajenos. Un tema tan propicio a la distorsión tiene forzosamente a todo el mundo en vilo, sobre todo porque la libertad de género de la mujer termina donde empieza la del hombre, y, hasta hace unos días, terminaba rapidísimo, por ley.
Recientemente, se han aireado los centímetros de la falda de la reina Letizia -porque antes que reina es mujer-, la eterna adolescencia de Jennifer López, y la imposible juventud de la « abuela » (sic) Madonna, en registros diferentes. Al margen de estas reseñas, cuya inocencia en algunos casos merece un artículo a parte, los comentarios que despiertan son tan sintomáticos de una frustración, como el dedicarse a rayar un flamante coche, o a violar a una flamante chica. En el mundo de la impotencia todo emponderamiento representa una desfachatez. Aunque todo es cuestión de grados el punto de partida es el mismo: la frustración y la inmoralidad recurriendo al abuso para ajustar cuentas ancestrales.
El abuso es ejercido en el más extenso sentido de la palabra por el usurpado-amenazado: del abuso verbal, de la opinión disparada y el juicio precipitado, que en las redes se traduce en tweets sanguinarios, al patinazo moral y al sarpullido sexual que terminan en violación o en violencia de género. No hay varios caminos, es el mismo con distintas paradas, y, desgraciadamente, algunos hacen todo el recorrido.
El grado de histeria social que provoca ser mujer es algo que empieza a ser característico de este país. Ser mujer no genera tanta amenaza, opinión permanente, e indigestión en ninguna otra nación europea. Parece como si el hecho de ser mujer fuese algo reciente que nos hubiera pillado a todos por sorpresa. Sobre todo a los plumillas que hace un año cantaban odas al esperma encabritado de Enrique Ponce, que en su edad madura le estaba enseñando a una jovencita lo que vale un peine, o glosaban el sex-appeal con caída de ojo virginal de Isabel Díaz Ayuso, a ratos « buenorra » (sic). Pero en definitiva, lo que ha pillado por sorpresa es el significado de la palabra «sí» y de la palabra «no». Es decir, que el ser mujer no tenga repercusiones judiciales.
Que Madonna o Jennifer López puedan tener al hombre que les dé la gana a sus 50 ó 60 y pico tacos es de una desfachatez insultante para muchos, de ahí que les llamen abuelas y cosas peores. Ahora ni siquiera « no » es « sí ». Nos acabaron de joder. Pero el hecho de elevar a ley la igualdad ante la agresión es algo que pica como la cayena molida en los ojos del voyeur. Y la digestión ligera aún no es para mañana.
Quedan muchos hombres y mujeres preocupados por que la existencia de una ley que proteja al 50% de este país tras una eternidad de poder unilateral, sea materia de escándalo. Y esa cultura históricamente asumida, me temo, es también unisex.
Queda también por resolver una cuestión crucial : que una mujer se vea en la necesidad de pasar 20 veces por quirófano para ser deseada por lo que es, sin sentir la presión de una sociedad que le exige ser físicamente perfecta a cualquier edad.
Cuando llegue ese día podremos leer un artículo sobre las pantorrillas de un lánguido torero o sobre el magnetismo inconmesurable de una mujer inteligente. De momento, sal de frutas para esos caballeros congestionados, por favor. Gracias.
Covadonga Suárez
Elevar a ley la igualdad ante la agresión es algo que pica como la cayena molida en los ojos del voyeur. Share on X