Me gustaría no tener que hablar de esto. Me gustaría no materializar el ultraespacio con palabras, así que recurriré al último recuerdo del que dispongo : un libro de Sociales de 1° de EGB, cuya última página recogía un retrato de Franco con una pequeña descripción de un generalísimo. El aumentativo me hacía reír, y la incongruencia de que lo fuera por gracia de Dios me ladeaba la sonrisa. Porque para la religión teníamos otro libro y porque, obviamente, su reino era de este mundo. De hecho, su muerte aconteció aquel mismo año como el fin de un delirio que alguien se había inventado. Todo volvió a la normalidad sin apenas haber tenido conciencia de otra cosa. Crecí con la idea de que lo normal era la democracia, la justicia, la igualdad y la libertad de expresión. Sabía que podían existir individuos cuyos comportamientos desviantes pretendían coartar esas realidades, pero tenía la certeza de que todo volvería siempre al orden.
La última página de aquel libro pertenecía al ultraespacio, una especie de contexto desmaterializado, que necesita en sí mismo un espacio tangible para existir. Así que desde entonces aquel agujero negro se envolvió en sí mismo y desapareció hasta hace sólo unos días. En España -todos lo hemos visto en reuniones y desfiles- se recreó la idea en formato de masas, una inquietante puesta de largo enhebrada en la democracia, que recordaba al fruto maduro en Alemania hace tiempo. O al que está madurando ahora en Brasil.
En su forma embrionaria Ciudadanos jugaba no hace mucho al scrabble con las palabras centro y derecha en medio de un españolismo radical coreado por fans neonazis, y, por otro lado, Casado remozaba un PP corrupto con conceptos puros de la vieja escuela y una sonrisa a prueba de taladro. Todo ha seguido su curso hasta que la pintura ha comenzado a resquebrajarse por la inadecuación entre el continente y el contenido. Y ha vuelto el ultraespacio.
El ultraespacio no es de hoy. No es de ayer. Es un agujero negro y un período de celo. La ley sujetaba a las fieras, les impedía moverse, del mismo modo que hasta hace poco el fascismo estaba mal visto. Ahora la ley puede taparle la boca al que la cuestiona antes que al que la viola, al que denuncia sus vicios antes que al que la usa en beneficio propio, al que duda del sistema antes que al que lo impone. Y eso se percibe en la calle, y da alas a los bravucones como si se tratara de una bebida energética.
El auge de la ultraderecha no nace con la proliferación de sus fieles, sino con la materialización de su espacio. Y el gran error de la derecha ha sido presentarse como promesa de represión estrechamente vinculada a la bandera : a estas alturas ya deberíamos de saber -no lo digo yo, lo dice la historia- que no hay como agitar el trapo para que embista el toro, y a este trapo entran sobre todo los ultras. Por otro lado, el coqueteo de la derecha tradicional con esa estirpe, dentro y fuera de sus lindes, legitima el vandalismo político y social, y la fidelidad de algunos medios lo estandariza.
Hemos asistido a la normalización de la extrema derecha desde sus primeros coletazos en el centro, hasta traer de vuelta el ultraespacio. Y ahora la animalidad de palabra y obra no sólo es desdramatizada sino que vuelve a tener cobertura.
La perversión de la democracia hizo que se pasara de dar cancha a cualquier corrupto embustero para acabar dándosela al primer inmoral desacomplejado. La legalidad pervertida por una democracia manoseada, hace que los seres sin voz del ultraespacio vuelvan a tener de nuevo voto.
Covadonga Suárez
El auge de la ultraderecha no nace con la proliferación de sus fieles, sino con la materialización de su espacio. Share on X
Brillante y certera, como siempre…
Excelente descripción de lo que se nos viene encima. Felicidades.
Pero como casi siempre no podemos hablar de lo que las cosas son, sino de la percepción que nosotros tenemos de las cosas.
No hace mucho los independentistas catalanes decían que quien creaba independentistas a porrillo era Rajoy, que con cada palabra suya o con cada declaracion del Partido Popular aumentaba el número de independentistas.
La situación actual, en que gran número de catalanes, bien sean ciudadanos de a pie o bien políticos en puestos de importancia, se declaran a favor de saltarse la ley vigente para construir unilateralmente su independencia, desata a su vez ese flamear de banderas españolas.
Dando por sentado que quien saca a pasear la bandera española es un fascista (percepción de quien así lo escriba), podríamos decir que son los independentistas catalanes los que están creando fascistas españoles y son por tanto responsables de ese fenómeno.
Puesto que hay un número mucho mayor de españoles no catalanes que de catalanes, el fenómeno que los independentistas catalanes están creando es mucho más grave que lo que hubiera podido crear en su momento Rajoy, el Partido Popular o Ciudadanos, cuantitativamente al menos.
Y así sucesivamente.