Muchos de nosotros percibimos ese olor a quemado, ese tufillo tan característico de cuando algo se ha chamuscado en el interior del mecanismo de una máquina, a pesar de que sigue funcionando. Lo notamos cada vez que el rey Felipe VI da un discurso, y hay que decir que en menos de un mes ha tenido dos intervenciones que no han pasado desapercibidas. Es como oír a su padre pero varios decenios después.
Cuando una democracia está recien estrenada, que un rey hable de concordia es una maravilla, pero 45 años después, tras varias crisis económicas, un sistema político azotado por la corrupción y amenazado por la extrema derecha, un país maltratado y saqueado por aquel que nos hablaba de democracia y modernidad y que salió corriendo como alma que lleva el diablo para seguir viviendo del cuento en otro país, a mí me huele a falso, a chamusquina, a chamuscado, a obsoleto y a tomadura de pelo. A otros se les inflará el pecho ante el símbolo parlante, y a lo desfasado le dirán vintage.
Que el rey Felipe VI no dé un impulso renovador a palabras huecas que ya no cuelan, como último eslabón de una cadena de vividores, fugados, y figurantes turbios del sistema, es jugarse el tipo, y solo puede ser sintomático de dos cosas : de que, por un lado, esté a años luz de la realidad española y de los ciudadanos, y no sepa -ni quiera- proyectarse en vidas que desconoce. O puede ser, por otro lado, que el rey no hable para todos los españoles.
La primera posibilidad la intuiamos, pero como Juan Carlos I nos había metido en aquella democracia con refrito militar, donde al fin y al cabo se podía votar, pues era un tío majo, y como además era campechano, se hacía hasta cercano. Sus trapicheos de toda una inviolable vida y su fuga final rompieron el encanto, y su vuelta torera a Sanxenxo demostró hasta qué punto un rey es por siempre el rey dentro de su coronada cabeza, sobre todo cuando nos ilustró con aquel «¿explicaciones, de qué ? Jo, jo, jo». El choteo padre le cayó encima al hijo, pero sólo aquellos que piensan -con fundamento o no- obtener algún beneficio de la corona, se atreven a declarar que el hijo es distinto. Por ellos se hace evidente la segunda posibilidad.
Aun así, la comunicación ha cambiado mucho desde los años 70, eso hace que las radiografías reales sean cada vez más nítidas y nos enteremos de las pifias en directo, y no 40 años después. Eso ha ayudado a nuestra maltrecha democracia a evolucionar hacia lo consciente. El mito de un rey golfo de hace un siglo ya no sería leyenda, ni materia de habladurías, en los barrios de Madrid. Hoy se estrella un Froilán en el centro de la capital, y por mucho que vengan a borrar sus huellas o que algunas revistas lo pongan de rebelde de pasarela, los españoles sabemos que solo a los de su estirpe se les permite conducir pasados de rosca y sacar chispas en carrocerías ajenas por el barrio de Salamanca, mientras se creen en una versión vip de « Perros Callejeros ».
Pero volviendo a los discursos del tío. Con la que está cayendo en el mundo, y en España, Felipe VI insiste en que hacemos muy bien en patrocinar la guerra de los americanos. El neutral da su opinión y hace del tema el centro de sus dos últimos discursos. El rey que no gobierna aplaude el presupuesto estrella para sus fuerzas armadas, mientras deja en la nube de su concordia el deterioro de las instituciones : monarquía costumbrista, chabacana y tránsfuga, y poder judicial caducado interviniendo en el poder legislativo secuestrado por los mismos políticos que ponen en duda, un día sí y otro también, la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente.
Aquí cabe recordar aquello del monarca como símbolo y garante de la unidad de España. Pudo tener su momento de gloria para algunos, el día que saltó como un resorte para echar un rapapolvo a los catalanes y bendecir de paso a las fuerzas del orden. Pero con la perspectiva de sus dos últimos discursos está claro que su preocupación no era España. Hoy vemos que no le afecta la deriva antidemocrática y anticonstitucional de los partidos monárquicos. La unidad de la derecha con el rey es la única unidad que cuenta, aderezada con la complicidad « republicana » del PSOE, que lo mismo aumenta el presupuesto en armamento en plena crisis sanitaria, que vota por no investigar los trapos sucios de la corona. Esa es la unidad que representa el rey y defienden sus soldados. Esa es su España y ese es su auditorio.
El 6 de enero Felipe VI comenzó el discurso de la Pascua Militar recordando que él era «jefe del Estado y Mando Supremo de las Fuerzas Armadas » y, como tal, aseguró : « Me tenéis a vuesto lado y contáis así con el apoyo incondicional de la Corona ». Es normal que el jefe de las Fuerzas Armadas lo piense y lo ejerza, lo que sorprende es que necesite expresarlo con una vehemencia que hemos echado de menos en otras cuestiones «vitales», y también sorprende que el armamento sea la única preocupación «española» formulada explícitamente en Nochebuena y el día de Reyes. Muy navideño todo, por cierto.
Casualidades de la vida, dos días después, la derecha que no asumía el resultado de las urnas en Brasil, intentaba un golpe de estado. Ante el deterioro de la democracia y de las instituciones españolas es inevitable sentir un pequeño escalofrío al oír la declaración de disponibilidad total del rey ante sus Fuerzas Armadas, porque actualmente en el planeta (EE.UU., Brasil, Alemania) basta con que la derecha pretenda deslegitimar un gobierno para que cualquier pandilla se proponga asaltar un Congreso. Para cuanto más en España, que en eso de levantamientos armados, ya hay tradición.
Qué solos nos están dejando.
Covadonga Suárez
Felipe VI, de VIntage. ¿Por qué el rey huele a naftalina y a pólvora? Share on X